miércoles, 13 de febrero de 2008

Miedo e inadaptación



1.
He caminado apresuradamente por las húmedas calles de los Fueros, Askao, Iturribide y Fika y al final, con la llave en la mano, hasta el portal de casa, he llegado cojeando. Con la herida ardiendo a la altura del tobillo le daba vueltas a la nota que he escrito en mi mente segundos antes de despertar al final de No country for old men. Unos minutos antes había pensado que la película de los hermanos Coen era una película hija de su época, que infunde miedo e inocula miedo a los espectadores. Cegado por el fuego de la herida creía que el otro era al que había que tener miedo según McCarthy y los Coen: el asesino implacable, los empresarios corruptos que controlan el tráfico de drogas, los vigilantes fronterizos, los veteranos de Vietnam, los mejicanos sin papeles en El Paso, los indios, la policía. La película trata sobre el miedo y, por un momento, he creído que trataba sobre el miedo a envejecer, el miedo a ver cómo la manera de afrontar la vida de cada cual se va oxidando, se queda anticuada y hay que encerrarla en el trastero lleno de gatos de una casa en mitad del desierto

2.
La película (que -dicen- es una fidelísima traslación del contenido de la novela de Cormac McCarthy, y por lo que quiero leer esa novela y otras más del escritor) ofrece su clave casi al final: vanidad. El miedo no es al otro: el Miedo es el asesino silencioso que no interpreta Javier Bardem. Es la muerte (a la que se escucha a lo largo de todo el metraje). Y la tapicería de thriller fresco de aire retro ochentero queda reducida a lo que es: un llavero con el que jugar camino de casa, mientra se piensa en ese Miedo que hace que aceleres el paso.

lunes, 11 de febrero de 2008

Sangre


1.
Ya se ha dicho en muchos lugares y de mejores maneras que "Dong" (Jia Zhang-ke, 2006) es el documental gemelo de la ficción "Naturaleza muerta" (Sanxia haoren, Jia Zhang-ke, 2006). Intuyo que "Dong" incluye un descarte de la película de ficción que tiene un interés incuestionable (pero que no cabía en "Naturaleza muerta" pues supondría desequilibrar esa película): la muerte de un trabajador de las obras de derribo de las casas de una de las ciudades que la gran presa de las Tres Gargantas borra del mapa de China. Aquel muerto era uno de los modelos del pintor Liu Xiao Dong. El artista decide emprender un viaje a la cercana localidad en la que vivía ese trabajador-modelo para comunicar la noticia a la familia. Me recuerda a la excusa argumental con la que el británico Conrad Clark (cuyo estilo visual pretende imitar al de Zhang-ke) montó "Soul carriage" (2007), película premiada en la última edición del festival de cine de San Sebastián.


2.
Pulso el botón de pausa cuando faltan veinte minutos para que acabe "Dong". Me ha venido a la cabeza Unamuno, y he pensado en algunos historiadores del cine español cuando Liu Xiao Dong, mientras pintaba a una prostituta tailandesa que sirve de modelo para su siguiente cuadro, ha dicho distraidamente:

- Tardé en entenderlo. Maldita sea, ¿por qué no podemos aceptar que la sangre de nuestros antepasados corre por nuestras venas? ¿Por qué no vivimos en armonía con ellos en vez de intentar ser otros? ¿De dar vueltas a temas sin interés? Es patético.


3.
Me encuentro a Jia Zhang-ke homenajeando a HHH cuando sigue con su cámara a esa misma chica que posaba para Liu Xiao Dong por unas escaleras, las sube lentamente y accede a un pasillo cubierto por un fino techado de uralita, bajo el cual hay lámparas fluorescentes... Sola, camina hacia la cámara, que escapa... Shu Qi miraba hacia la cámara (girando la cintura, o el cuello), de la que ella escapaba...

miércoles, 6 de febrero de 2008

When you sat down on the bed next to me, I started to cry



Desde que ella sabía que Maurice (por Maurice Chevalier, al que su padre admiraba con fervor) tomaba cosas de su vida para dibujar sus historietas, casi no hablaban. Muchas veces él creía que la situación se había vuelto muy triste. En el volumen de nuevos dibujantes del noroeste en el que publicaron su historia de “Ariane”, de Monique sólo aparecían algunos rasgos: que dejara las gafas de leer junto a la radio de la cocina, que tuviera náuseas con el olor a arroz cocido o que, cuando llegaba tarde por la noche, se quitara los zapatos –que siempre tenían tacón- y entrara caminando de puntillas. Pasaba -muchas veces incluso con su novio, al que obligaba a descalzarse también en la puerta- junto al cuarto con la puerta cerrada de Maurice. Y, sentado a la mesa de oferta de 30 euros color haya, con las manos sobre el teclado del ordenador, Maurice los escuchaba no hacer ruido, sigilosos, moviéndose por el pasillo enmoquetado. Escuchaba respirar a Renaud, fuerte, tabaco. Y el olor a humo, junto al carraspeo de ella al entrar en su habitación, lo incluía en la página correspondiente a ese día.

A la mañana siguiente Monique también se levantaba antes. Le dejaba el café recién hecho, y Maurice se despertaba con el aroma a Monique, y el sabor fuerte del café muy cargado con el que ella se despabilaba antes de ir a la academia de idiomas en la que daba sus clases. Maurice se duchaba. Después, dormido todavía, apoyaba su frente en la pared, junto a la mampara. Todos los días era lo mismo y, a eso de las ocho y media, ponía la radio para saber qué ocurría en España. Desde el mes de marzo, primero los atentados de Madrid, luego las elecciones, luego la boda del príncipe, que tampoco supuso mayor esfuerzo. Estos últimos meses había descanso. Bajaba a comprar los periódicos en un quiosco de la Gran Vía en el que le guardaban “Le Monde” y los cinco periódicos españoles. Después regresaba a casa, leía, se conectaba a las agencias de noticias, hablaba por teléfono con Paris. A las dos paraba. Rara vez volvía a retomarlo.

Monique estaba molesta pero no lo decía. Maurice tampoco decía nada y estaba convencido de que el silencio no era nada grave, que era momentáneo. Después pensó que cuentos como éste que estaba escribiendo tampoco eran una ayuda para salir.

El viernes por la noche Monique se fue a dormir a casa de Renaud, en Fuenlabrada. Maurice se citó con Ricardo y Marcello, dos italianos que comenzaron trabajando para la RAI y que ahora trabajaban en un club. Lo llevaron a una cena en la que también había una estadounidense. Se llamaba Jennie, “como la de la película”, pensó Maurice. Jennie vivía con dos estudiantes españolas, que también estaban en la cena.

A última hora de la noche Marcello acompañó a Jennie a casa. Se acostaron juntos. Ricardo se fue antes, Maurice acompañó a las dos españolas. Pensó en que estaba enamorado de Monique, y en que no se lo decía, mientras se despedía de Mónica, que también le gustaba. No pidió teléfonos, no dijo que quería subir a acostarse con ella, no dijo nada. Llegó a casa y no había nadie: Monique estaba en casa de Renaud. Lo había olvidado.

Al día siguiente, llovía por la mañana, Monique entró en casa y luego abrió la puerta de la habitación de Maurice para observar cómo dormía. Se sentó en el borde de la cama. En cuanto él se despertó le dijo que se iba a casar con Renaud, que se volvían a Francia. Maurice se sintió triste, y pensó sólo en Mónica, en que no sabía si la volvería a ver. Temía que se fuera.

Maurice sintió resbalar una lágrima por su mejilla.

- Es la alegría –mintió.