lunes, 10 de diciembre de 2007

Decir adiós, una película uruguaya


AVISO


Pese a lo prometido, esto no es una crítica, sino otra cosa. En lo que no he mentido es en lo concerniente al objeto del texto: Decir adiós, una película uruguaya de Víctor Iriarte.




1.

Decir adiós es el segundo cortometraje que ha rodado Iriarte en Uruguay y, de hecho, se relaciona directamente con el primero (Wrocic, un corto que no sé cómo es a día de hoy, pero que disfruté cuando sólo era un embrión bastante desarrollado). La protagonista de Decir adiós intentó dejarse ver en Wrocic, pero Iriarte se lo impidió: prefirió a Sol Alonso para que ésta apartara la mano de un hombre de su rodilla en el momento previo a recordar que se había olvidado algo, que tenía que volver a la casa donde habían pasado el verano y que ya estaba vacía.


Tania Feurich tiene un pasado bizantino (digamos que guatemalteco, peruano y uruguayo, que son los países con los que tiene que ver su acento, su mirada, sus recuerdos e incluso el flequillo superlativo que cubre la mitad de su mirada). Iriarte la aprovecha a la hora de construir el personaje de Tania Feurich, una chica con un pasado bizantino y el presente detenido.




2.

Tópico 1: El cine no es el que era. Tópico 2: Los espectadores de cine no son los que eran. Tópico 3: Los cinéfilos no son los que eran.


Respecto al tópico número tres, quiero añadir que los cinéfilos de hoy deben abjurar de la cinefilia. Está estrictamente prohibida. No se estila.




3.

No se estila contar historias. No se estila narrar. Me recordó hace unos días Pere Portabella (que estuvo en Bilbao para que le dieran un premio a toda su carrera) que hay un cine que a él no le interesa y que es directo heredero de la novela de finales del siglo XIX: que él no quiere hacer guiones filmados, sino que lo que él desea es utilizar material propio (yo diría que exclusivo) del cine. Tras Pere Portabella... Qué sé yo... ¿Isaki Lacuesta?... No creo. Creo que sí que habrá que poner al enemigo de Isaki Lacuesta... La mejor película de José Luis Guerín (según Portabella), Tren de sombras... ¿Antes? Supongo que a Portabella le parecerá interesante el cine de Javier Aguirre, el de Paulino Viota en los viejos setenta, o el más radical de todos: Antonio Artero, con su título de bachiller falso y su proyector encendido, iluminando una pantalla blanca de Malevich y los espectadores aplaudiendo con las patillas.


Yo creo que el cine alegal de Portabella (no Die Stille vor Bach, que se ha rodado ahora, con unas circunstancias políticas muy distintas, como muy bien dice el propio autor), el de Paulino Viota o el de Antonio Artero ya son testimonio de una época. Aquel cine es el testimonio de una bella aventura. Y -aprovechando que Portabella es elogiado por la crítica cahierista española, que se le pregunta y él responde honesta e inteligentemente- que me parece que defender aquella aventura tan cine-cine-cine me suena a escuchar a Jackson Pollock o a Mark Rothko (que no los escuché) decir que la pintura tiene que ser lo que es la pintura.




4.

Nadie ve las películas de Pere Portabella. No nos engañemos: casi nadie ve las películas de Isaki Lacuesta. Nadie ha visto los experimentos radicales de Javier Aguirre o Paulino Viota... Reconforta saber el nombre de José Antonio Sistiaga, ubicarlo en la historia del arte y en la historia del cine, pero su película pintada o no se puede ver (porque no se proyecta) o, si se proyecta, nadie la ve. ¿Ere erera baleibu icik subua aruaren? Era así así...



Sin embargo esos nombres que cito forman parte del imaginario de los cinéfilos anti-cinéfilos y, encerrados en el panteón, sólo ven la luz cuando se muestra una estampa con su nombre o su imagen en una buena revista. En serio: no sé si es la luz que guiará al cine que se hará mañana. No sé si me gustaría que fuese así. Me parece muy bien que esté y me parece peor que casi nadie lo vea, pero eso ya no es culpa ni de los cinéfilos anti-cinéfilos ni de los festivales de cine ni de los gestores culturales.




5.

El caso es que, en cualquier lugar, descubres que no se estila contar historias. Estuve, en el último festival de cine de Bilbao, en la sesión inaugural, integrada -en su práctica totalidad- por el catálogo de Kimuak (el catálogo apadrinado por el Gobierno Vasco para la exhibición de los cortometrajes producidos en la Comunidad Autónoma Vasca). Al margen de Decir adiós, no había cortos que se tomaran la molestia de contar una historia: se centraban en la anécdota (el gag, en el caso de Taxi? o Limoncello; o el mecanismo narrativo, en el caso de Columba palumbus o Las horas muertas). En ningún momento se pretendía exponer un determinado argumento de una manera creativa, estimulante, interesante. La elección era entre lo primero y lo segundo y, a partir de esa elección, es evaluable el grado de éxito en una u otra misión.


Decir adiós cuenta una historia y -pese a que a mis oídos han llegado unas cuantas quejas, sobre todo en lo concerniente a la clausura (porque efectivamente clausura el relato) de la película- yo creo que lo hace muy bien. Lo explicaré.


En el número de diciembre de 'Cahiers du cinéma' de España a Decir adiós se le incluye en el grupo de cortometrajes españoles de "ficción con pedigrí", separado del envidiable grupo de los "premiados". Se dice que Decir adiós es "uno de esos ejercicios cinematográficos que no quieren contar una historia, sino promover sensaciones, instalarnos en un estado del alma [...]. La cámara adopta el punto de vista del que asiste impotente a los sueños que promete y a las desilusiones que arrastra el cine. Mansedumbre, vigor poético, cine dentro del cine. La vida imaginada frente a la vida verdadera". Creo que el texto cae en una contradicción: decir que la película no quiere contar una historia para, a continuación, contar la historia que cuenta la película. El elogio es sentido y bienintencionado, se dirige hacia la senda más cool del cine contemporáneo pero no se encuentra por el camino.


Hace ya bastante tiempo que no he visto Decir adios. Por lo menos dos semanas, y en este tiempo no he dejado de pensar en la manera tan ajustada (tímida, porque así es Tania, pero certera) en que Iriarte recoge con su cámara la frustración permanente que emana la historia que narra el corto: una chica va a un casting, no la escogen para rodar la película, espía desde lejos a los actores, se imagina que los actores son amantes (los románticos tenemos esa imaginación irracional que nos lleva a inventar historias que satisfagan nuestros sueños), lleva a una actriz de cine (pero de cine, cine) en su humilde ciclomotor, conversa con ella de cerca mientras fuman y, cuando se van los magos vuelve a su vida de mierda. Una vida de mierda con una moto de mierda que se jode en mitad de un camino... Y no pasa nadie... Y la tarde es "un horno crepitante de cigarras" que se esconde en el fondo de desiertos campos inmensos, con hierba que crece por encima del metro y media... Y la puta carretera vacía por la que no viene nadie... Y mi vida de mierda me parece suficiente motivo para huir, para correr, para escapar de la noche, o de la muerte, que quiere jugar con mi vida de mierda, o que me quiere matar.



6.

No esperaba este cortometraje de Víctor. No me lo esperaba, me sorprendió muy gratamente. Siempre diré que me gusta más Wrocic, porque la idea anti-cinéfila que tengo del cine supongo que me lo impone, pero en el fondo (no lo admitiré, cosas de las frustraciones personales) sé que Decir adiós es mejor. Y no hablo de cine.

1 comentario:

Víctor Iriarte dijo...

Últimamente pienso que este corto hubiera sido un buen primer largometraje. La película cuenta una historia, claro que sí. Y creo que con más metraje, todo hubiera quedado en su lugar: el pueblo de la costa adentrándose al invierno, Tania perdida en mitad de un camino de tierra y la actriz caminando por la ciudad de Montevideo. Acabo de comprarme la Cahiers y discrepo como tú en eso de que "Decir adiós" no quiere contar una historia. Anda que no. Discrepo también con esos que escribieron que su final no es un final. Que se miren los cortes a negro finales de los Dardenne y después hablamos.
Vuelvo a los orígenes de todo esto: con el tiempo me he dado cuenta de que la versión que a tí te gusta de Wrócic era, sin duda, la mejor versión, la más radical. Me costó darme cuenta, pero ahora mismo ya no dudo. Del mismo modo sé que el tercer corto (que también podría ser un largometraje posterior a Nikkei) es necesario para llegar a "instalarnos en un estado del alma"; el estado del alma de Costa Azul cuando ya no queda nadie, de la ciudad de Montevideo en invierno, de tres personajes femeninos filmados en S16mm (tres retratos en realidad).
Merci pour votre texte. Mañana nos vemos en bilbao,

V